jueves, 14 de agosto de 2008

Una operación virtual

UNA OPERACIÓN VIRTUAL


Lo que está en juego entonces es desconstruir la mirada oficial/dominante para indagar en otras discursividades que develen nuevas miradas de lo juvenil. Esta operación parte de la constatación del debilitamiento crónico de los mecanismos tradicionales de socialización: la educación se muestra perpleja ante el crecimiento del ejercito de sus desertores, el trabajo formal es socavado aceleradamente por el virulento efecto multiplicador del empleo informal, la política se diluye en el cálculo procedimental y en la racionalidad del consenso, etc. Dicha operación requiere una ruta que tome distancia de los datos globales, un camino que explore –a caso desprejuiciadamente- “en la voluntad micro-utópica que busca aglutinarse en tribus”
[21] o en las micro-texturas que atraviesan a la subjetividad juvenil de fin de milenio. Una ruta no rutinaria[22], una ruta que divague para recuperar las con-versaciones, las micro-memorias, las gestualidades y las ritualidades simbólicas que los jóvenes despliegan en el espacio local.
Emulando a García Canclini (1995), uno de los puntos nodales que se liga con el descrito gesto, es precisamente el dejar hablar a la ciudad más que hablarla, vale decir, escuchar lo que la ciudad nos tiene que contar, dejar que las teorías nativas puedan expresarse a partir de su propio ritmo, el ritmo lento de la territorialidad y de la narratividad, que coloca entre paréntesis el vértigo y la velocidad de la información en un Santiago globalizado. Esto sería lo que podríamos llamar como la apuesta -no sólo por encontrarse con nuevos objetos de estudio-, sino que también por instalar un desajuste de representación o significación que haga estallar las rutinas discursivas y el equilibrio funcional de categorías/estructuras preconcebidas.
La intución pasa, finalmente, por aproximarse/explorar estas discursividades desde lo que nosotros prodríamos llamar tentativamente una sociología de la afectividad -en tanto aparato de intervención crítica-, el cual se debe entender como un dispositivo provisional para explorar transversalmente las formas instituyentes de sociabilidad juvenil, y que podemos rastrear genealógicamente en ciertas producciones
[23] que nos movilizan y nos interesan, constituyéndose de esta manera en un cuerpo intervenido por contagios, una red específica y parcial de solidaridades teóricas[24].
La afectividad nos parece (re)construye/moviliza, identidades y lazos perdidos en este tránsito nómade que realizan los jóvenes por la ciudad modernizada, provocando reminiscencias de viejas sociabilidades perdidas en la memoria colectiva, avasalladas por la lógica instrumental. Esto sería -tal vez- la vuelta a la comunidad, que tiene rasgos descritos por Tönnies, Simmel o Durkheim, entre otros, pero que trasciende a éstos
[25], potenciándose en la comunidad tribal, donde los procesos de sociabilidad son fundamentalmente intimistas y corporales, por lo mismo subversivos respecto del orden social que opera segmentarizando la corporalidad y suprimiendo la afectividad que los jóvenes van urdiendo para enfrentar este proceso de racionalización.
En este sentido, los afectos construyen nuevas relaciones, nuevas formas de estar juntos, nuevos deseos, territorialidades existenciales emergentes, donde se establecen redes de relaciones que fortalecen los sentimientos de pertenencia grupal, a pesar del carácter efímero y circulante de estas neo-comunidades, a las cuales M. Maffesoli designa como “comunidades emocionales”. Los afectos son los que construyen vínculos moleculares en estas nuevas agrupaciones, vínculos que se transforman en lealtades, en ayudas, en construcciones de identidades asociadas a expresiones particulares o geografías específicas. De esta forma, los afectos posibilitan hablar de una nueva geología familiar, de una nueva trama familiar: el grupo, la música, la imagen, el graffiti, se van re-constituyendo como las nuevas ecologías afectivas, nuevas formas de habitar ese “otro” hogar, de coexistir en el mundo.
Por último, queremos decir que nuestra intención no se orienta a encapsular o diagramar las subjetividades juveniles emergentes en viejos nichos categoriales que permitan garantizar la liturgia de la paz que se inscribe en los campos institucionales y disciplinarios hegemónicos, más bien –y en esto nos dejamos fluir con Maffesoli
[26]- la voluntad es vitalista y la perspectiva emancipatoria, por lo mismo no se propone una teoría cerrada respecto del desenvolvimiento de los saberes contemporáneos, sino la reapertura –siempre infinita- de las contradicciones que interrogan el horizonte ético de nuestra tardo-modernidad, esquivando de este modo el ingreso a saberes ya clasificados y circulantes, táctica de operación típica del modelo cognitivo instrumental.

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