jueves, 14 de agosto de 2008

Con-texto DE LAS TRIBUS URBANAS

Con-texto DE LAS TRIBUS URBANAS

El fin del milenio se presenta, para una gran cantidad de jóvenes en nuestro país, como un tiempo de incertidumbre y de inseguridad. Es un tiempo de crisis, el cual se puede caracterizar por conceptos que intentan ser parámetros tales como: globalización, mutaciones culturales, hibridizaciones, etc. En suma, podemos decir crisis de adaptaciones sociales; especialmente asociadas a los campos de la economía, las comunicaciones y la ética en las relaciones humanas cotidianas e institucionales, públicas y privadas, en un contexto de modernidad periférica[7], los cuales serían rasgos reveladores de esta condición.
Esta crisis es vivida profundamente en distintos planos y constituiría el actual capítulo que experimenta la sociedad modernizada o en vías de modernización, como efecto progresivo de los procesos de secularización y racionalización, con el efecto, postulado por Weber de desencantamiento del mundo. Abstrayendo otras dimensiones, sin duda de gran importancia, podemos decir que la modernidad y la secularización como contexto societal en un medio hibridizado
[8] en los hechos, va desintegrando y/o mutando una visión de mundo y sus distintos ordenes institucionales, mutación que se manifiesta fuertemente en el ámbito de lo cultural, caracterizándose siguiendo a Franssen (1994) por los procesos de “mutación cultural” los cuales se pueden visualizar “por la importancia creciente de las industrias culturales (medios de comunicación de masas) y tiene implicaciones no solamente en cuanto a los bienes culturales y a los códigos necesarios para su consumo, sino también en el sentido mismo de la experiencia de los individuos”[9].
Esta cuestión de fondo, que extendemos al plano de los comportamientos juveniles cotidianos donde, según algunos autores, se observa un proceso paulatino de rechazo al valor intrínseco de las normas y sus supuestos y/o su aceptación instrumental en función de objetivos inmediatos, lo que permite construir imágenes de los jóvenes, etiquetándolos como: “individualistas”, “consumistas”, “amorales”, “apolíticos”, entre otros,
Las primeras aproximaciones teóricas al fenómeno de la juventud que alcanzan cierto auge en nuestro país -y que posteriormente serán sustentadoras de políticas juveniles- se dan en el contexto de la dictadura militar, especialmente en el decenio de los años ochenta. En este período, la juventud chilena fue caracterizada por algunos enfoques teóricos predominantes
[10], como una juventud "anómica" y desintegrada que expresa efectos y cambios socioculturales supuestamente no deseados de la socialización en el proceso de modernización que esta viviendo el país. Se hacía referencia a la crisis de adaptación e integración expresada en la desarticulación del mundo colectivo y a la crisis de identidad cultural que se experimenta en la desarticulación de los valores, expresada, en la desintegración de la comunidad y una ruptura de las relaciones primarias.
Desde estos trabajos la anomia se visualiza como la emergencia de los deseos y las pasiones: vivir el inmediatismo a través de la evasión o la agresión y simultáneamente vivir el inconformismo. Una lectura que extrema la definición sociológica de anomia de Durkheim
[11], respecto de la inexistencia relativa de normas, al extremo del caos. Esta experiencia escaparía a cualquier control normativo, manifestándose especialmente en la juventud. Esta lectura extremista adquiere algún grado de moderación cuando se replantea la concepción de anomia desde la perspectiva funcionalista mertoniana, entendida como modos de adaptación para alcanzar fines institucionalmente sancionados y valorados, por medios también institucionalmente sancionados y valorados (en la mayor parte de los casos tipificados por el propio Merton)[12]. Hablamos entonces de crisis de adaptación en el marco de transformaciones y cambios socioculturales inevitables en el marco de la modernidad.
Este enfoque proveniente de lo que se ha denominado la sociología estructural-funcionalista (eje de la desviación social), se inicia a partir de los estudios de Ralph Linton (1942), quién “observando” a los adolescentes norteamericanos en los colegios (high school), se va dando cuenta, que éstos, están comenzando a construir un mundo separado al de sus propios padres con sus propias normas y valores. La escuela comienza a transformarse en el centro de la vida social de los jóvenes, en un espacio que origina una nueva sociabilidad y una lógica propia.
Posteriormente otro autor central de esta corriente, Parsons, desarrollará en profundidad estas ideas, legitimando el surgimiento de una “cultura juvenil”, cultura que generaba una nueva conciencia generacional, que “cristalizaba en una cultura autónoma e interclasista centrada en el consumo hedonista”, a pesar que ésta no producía, por estar todavía en el aparato educativo. Esto lleva a Parsons a señalar, que la cultura juvenil se aleja cada vez más del trabajo e incluso de la estructura de clases, ya que el acceso al tiempo libre por ejemplo, parece cancelar las diferencias sociales entre los jóvenes, uniformándose la cultura juvenil, en la medida en que se vinculan al mercado a través del consumo.
Se puede plantear, a manera de crítica, especialmente al modelo funcionalista, que la situación de los jóvenes en la sociedad no puede ser reducida a un mecanismo de integración funcional, sino que se requiere el reconocimiento de la existencia de un sujeto particular que se identificaría con orientaciones culturales generales y con convicciones personales y colectivas ligadas a su propio quehacer.
A partir de esto, como lo exponen varios autores, este sujeto joven abierto a los procesos, enfrentado al fenómeno de la modernidad, queda expuesto a una serie de situaciones: la absorción por la imagen o la exclusión sin salida
[13]; la internalización de los signos de muerte como valores propios o la búsqueda de una identidad que de cuenta de las expectativas, valores y sueños [14]; tomar una actitud de total pragmatismo con la realidad (atinar) o fundar un nuevo mundo (adanismo) ; asumir conductas colectivas e individuales que se expresan a través de mecanismos de agresión, compensación y resignación, para estar ahí, para tener una ilusión de participar, porque eso es lo que los hace sentirse virtualmente integrados en medio de la exclusión real, por falta de capacidad real de compra [15] .
Frente a estas visiones surgen otras voces
[16], nuevos enfoques para entender a los jóvenes, que optan por la perspectiva de sujetos, lo que permite que ellos mismos se caractericen 'como jóvenes de una nueva época', 'de otra era', o 'que están en otra', asumiendo que ese 'otra' [estar en otra] a que hacen referencia evoca un momento y un espacio determinado que tiene características propias, diferente de los adultos, a sus sistemas de vida, a la autoridad, y a todo aquello que represente los modos tradicionales de la vida social.

No hay comentarios: